lunes, noviembre 19, 2007

Es posible convivir de otra forma


Quizás en parte por mi historia personal, tengo una obsesión: un rechazo instintivo a la violencia en el lenguaje. Me preocupa cómo en nuestro país, Chile, se dan espacios de importante violencia en nuestra comunicación. Lo que parece más grave, es una especie de aceptación colectiva de que las cosas tienen que ser así.

La violencia es una manera muy primitiva de convivir. Detrás de esa diaria ironía, de la descalificación y del destacarse a costa de otros, se esconden miedos y formas muy básicas de alcanzar reconocimiento social. También ahí se camufla un muy mal entendido deseo de afirmar la virilidad.

Es posible vivir de otra manera. Es posible que el amor se haga presente en la manera de comunicarnos, es posible evitar esas muletillas inútiles que creemos indispensables para sobrevivir en un mundo un tanto inhóspito.

Es que al final se trata de eso: queremos sobrevivir e instintivamente tendemos a pensar que rugiendo un poco más fuerte y dando un par de zarpazos, estaremos mejor parados en el mundo.

¿Que tal si por un minuto dejáramos nuestras máscaras, si apagáramos las incontables distracciones que usamos para olvidarnos de nuestra desnudez? Quizás nos encontraríamos con una realidad que no nos gusta, con una cuota no despreciable de miedo, con algunas gotas de angustia y claro, con ese temor latente a la muerte. Pero después de un rato de dejar escapar de nosotros mismos, quizás comenzaríamos a dejar de escapar de los demás y, mejor aún, dejaríamos esa competencia implícita que nos destruye, cambiando el escenario de violencia al que nos hemos acostumbrado.

Esa porosa realidad llamada yo


A veces pensamos que nuestro ser es como una casa bien protegida, con algunas ventanas generalmente cerradas y con una puerta principal que abrimos cuando deseamos. Pero la verdad es que nuestro ser es un ser poroso, es decir un ser en el que se filtran todo tipo de influencias. Somos más esponjas que rocas. Las miradas de aprobación o rechazo que encontramos en el camino se nos clavan en lo profundo de nuestra alma.

“No puedo sin la vida vivir, sin el hombre ser hombre” dice Neruda. Necesitamos desesperadamente de los demás. Somos seres básicamente indigentes. Los demás nos nutren, nos llenan y nos plenifican. Los demás, también, nos contaminan, dañan, hieren.

De vez en cuando es necesario retirarnos a la soledad de nuestro ser para purificarnos de aquellas influencias negativas que viven en nosotros. Es la única forma de ganar autenticidad, la que no se consigue construyendo un ser aislado, sino expulsando a esos pequeños tiranos que se alojan en el corazón.

Es que somos seres porosos, al acecho de voces foráneas. Tenemos que conquistar un espacio interior de libertad. Como un pintor, usamos colores prestados, pero somos libres para combinarlos y para crear algo nuevo. En ese proceso creativo, constante, tenemos que abandonar aquellos colores que se han adherido a nuestra tela hiriéndonos y conseguir otros tonos que les den más armonía y vida a nuestro ser.

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