Polvo, más polvo enamorado
Así la vida nos parece una inútil lucha en contra de las fuerzas inexorables del destino, donde nuestra derrota definitiva será la muerte. Sin embargo, ello es así en la medida que nos concentramos en los resultados, en los logros. De ese punto de vista, la sola contemplación de antiguas civilizaciones donde el mejor de los desvelos fue depositado para que finalmente todo fuera cubierto de polvo, no hace sino deprimirnos.
Con todo, otra mirada es posible. Podemos, junto con calcular los logros materiales que cada era tiene, mirar los logros espirituales y regocijarnos en ello. Si bien en el tiempo se llevará todos los esfuerzos materiales y la realidad impondrá su inexorable ley de caducidad, todos los sueños, las ilusiones, las poesías y las esperanzas de los hombres permanecen, en alguna misteriosa región de lo absoluto.
Lo mismo podemos decir de nuestra vida. Aunque todo sea arrancado con el paso del tiempo, cada sonrisa, gesto, mano extendida, esfuerzo, permanecerá para siempre.
El deseo de inmortalidad ha existido siempre en el hombre. Ahí tenemos a los faraones que hicieron construir enormes pirámides para permanecer por siempre. Ahí tenemos los héroes de muchas batallas y en muchas culturas que intentaron dejar grabados sus nombres en la historia. Y también ahí se encuentran los cuadros y las obras de los renacentistas que buscaron inmortalizarse en sus creaciones.
Pero quizás todos ellos no vieron algo mucho más fundamental. Si hemos de trascender, ha de ser por nuestras acciones, sueños y deseos, por la dignidad de nuestros actos, por la grandeza de nuestro amor. No necesitamos esculpir pirámides o retratar doncellas para perdurar. Tarde o temprano las mismas pirámides se irán y los cuadros se arruinarán. Hemos de permanecer más bien por nuestra fuerza moral, por el despliegue de nuestra humanidad en sus máximas expresiones y por nuestra capacidad de dar vida a otros.
Como dijo Huidobro, somos polvo, más polvo enamorado. Si bien el polvo será arrebatado por el viento, el amor que hemos puesto en nuestras acciones permanecerá en algún recóndito lugar del universo y quizás algún misterioso día, desde ese lugar lejano, algo renacerá para existir para siempre, sin que ni el tiempo ni el espacio logre marchitarlo.
2 Comments:
oye loco, tay un poco perdido eso lo dijo Quevedo
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