viernes, octubre 13, 2006

Polvo, más polvo enamorado

Nuestro presente se construye en una paradójica articulación entre lo que queremos y podemos, entre lo que intentamos y logramos, en definitiva, entre lo que nosotros “proponemos” y Dios dispone.

Así la vida nos parece una inútil lucha en contra de las fuerzas inexorables del destino, donde nuestra derrota definitiva será la muerte. Sin embargo, ello es así en la medida que nos concentramos en los resultados, en los logros. De ese punto de vista, la sola contemplación de antiguas civilizaciones donde el mejor de los desvelos fue depositado para que finalmente todo fuera cubierto de polvo, no hace sino deprimirnos.

Con todo, otra mirada es posible. Podemos, junto con calcular los logros materiales que cada era tiene, mirar los logros espirituales y regocijarnos en ello. Si bien en el tiempo se llevará todos los esfuerzos materiales y la realidad impondrá su inexorable ley de caducidad, todos los sueños, las ilusiones, las poesías y las esperanzas de los hombres permanecen, en alguna misteriosa región de lo absoluto.

Lo mismo podemos decir de nuestra vida. Aunque todo sea arrancado con el paso del tiempo, cada sonrisa, gesto, mano extendida, esfuerzo, permanecerá para siempre.

El deseo de inmortalidad ha existido siempre en el hombre. Ahí tenemos a los faraones que hicieron construir enormes pirámides para permanecer por siempre. Ahí tenemos los héroes de muchas batallas y en muchas culturas que intentaron dejar grabados sus nombres en la historia. Y también ahí se encuentran los cuadros y las obras de los renacentistas que buscaron inmortalizarse en sus creaciones.

Pero quizás todos ellos no vieron algo mucho más fundamental. Si hemos de trascender, ha de ser por nuestras acciones, sueños y deseos, por la dignidad de nuestros actos, por la grandeza de nuestro amor. No necesitamos esculpir pirámides o retratar doncellas para perdurar. Tarde o temprano las mismas pirámides se irán y los cuadros se arruinarán. Hemos de permanecer más bien por nuestra fuerza moral, por el despliegue de nuestra humanidad en sus máximas expresiones y por nuestra capacidad de dar vida a otros.

Como dijo Huidobro, somos polvo, más polvo enamorado. Si bien el polvo será arrebatado por el viento, el amor que hemos puesto en nuestras acciones permanecerá en algún recóndito lugar del universo y quizás algún misterioso día, desde ese lugar lejano, algo renacerá para existir para siempre, sin que ni el tiempo ni el espacio logre marchitarlo.

¡Ojo con los pensamientos!



El discernimiento parte de la base que nuestros sentimientos no son buenos ni malos. El problema comienza en los pensamientos.

Veo una persona que me produce desagrado. Entonces pienso mal de esa persona. Por ejemplo la juzgo. Lo malo no está en mi sentimiento de desagrado, pero sí en mi juicio posterior.

Me siento desanimado hoy. Entonces pienso que quizás estoy trabajando en el lugar equivocado. Ese pensamiento puede ser el incorrecto, pues quizás el problema no está en mi trabajo, sino simplemente que no es un buen día. Estoy cansado, las cosas no han salido del todo bien. Eso es todo. No debiera juzgar que las cosas andan mal, porque hoy me siento mal.

Los pensamientos pueden ser constructivos o destructivos, de Dios o del demonio, siguiendo la terminología de San Ignacio. Hay pensamientos que nos pueden hacer mucho daño.

Es importante que tengamos la libertad de decirle sí o no a nuestros pensamientos. Les puedo seguir el juego, tomarlos en serio, creerles o puedo dejarlos ahí, sin tomarlos en cuenta.

No somos esclavos de nuestros pensamientos. Ellos no nos dominan y es importante tener la sabiduría para ponerles control.

¿Cómo saber si un pensamiento es de Dios o no (según San Ignacio) o es constructivo o destructivo? San Ignacio dice que en general los pensamientos que nos hacen perder fuerza, esperanzas y nos desaniman, son destructivos y debemos evitarlos. Los pensamientos que nos levantan, nos dan fuerza, son constructivos y debemos abrazarlos.

El problema es que los estados anímicos son muy cambiantes y muy seguido podemos interpretar equivocadamente lo que nos pasa o por qué nos pasa. Muchas veces tratamos de aliviar algún dolor psicológico con un pensamiento ilusorio, irreal, destructivo. Es cierto que ese pensamiento nos puede distraer del dolor que siento, pero en definitiva me hace retroceder en mi vida espiritual, me confunde y de alguna manera me destruye.

Poner en su contexto los pensamientos y tomar conciencia de que ellos no siempre nos dicen toda la verdad de nosotros mismos y del mundo, nos puede ayudar a construir una vida interior más saludable.

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